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Concurso de cuentos de abuelas y abuelos para nietos, «Cuando yo era chico»

Generales

Autor: Alfredo Rafael Zaldúa Mallorca.

Ilustrador: Carolina Faget.

La Vieja de la bolsa

––¡La Vieja de la bolsa!
––¡La Vieja de la bolsa!
El grito de los chiquilines se sucede anunciando la llegada de un misterioso ser.
––¡Viene la Vieja de la bolsa!
––¡La Vieja de la bolsa! –se comentan al cruzarse dos personas mayores.
El aviso va de voz en voz.
¡La mañana está tan linda! Es una lástima que los niños no la aprovechen para jugar y corran temerosos por la aparición de ese personaje.
Yo nunca creí mucho en eso, pero dicen que cuando los niños se portan mal viene «El Viejo de la bolsa» y se los lleva. Por lo visto, ¡cuántos niños se portan mal por aquí! Por la prisa que llevan y la preocupación en hacer conocer la noticia, «El Viejo de la bolsa» o «La Vieja de la bolsa», han de ser la misma cosa.
¡Qué curioso! Todos corren, pero, mirando bien, no parece que tengan miedo. Hasta los perros ladran y saltan haciendo fiestas. Todo es confuso… por lo menos para mí. Aparecen de distintos sitios, pero unos y otros marchan hacia un mismo destino. ¿Para dónde van?
–¡La Veja de la bolsa! –anuncia casi sin aliento un chiquito, corriendo con sus patitas que no le dan más, señal de que no quiere perderse nada.
¿O irá a esconderse?
¿Los padres y los abuelos estarán tan enojados que no les interesa lo que les pueda pasar a sus hijos y a sus nietos? Pero ellos también caminan presurosos en igual dirección…
Esta calle lleva hasta la plaza. Aquella otra termina en el mismo lugar. Todos corren hacia la plaza.
Los gatos se pasean orondos, aprovechando que los perros están entretenidos corriendo atrás de la botijada.
Me llama la atención, porque la plaza no es el lugar más adecuado para esconderse, a no ser que sea jugando a la pica, es decir, a las escondidas.
Yo también, casi sin darme cuenta, he llegado hasta la plaza. No distingo bien. Voy a arrimarme un poquito más. ¡Qué remolino de gurises!
—Je… je… –sonríe la anciana– ¡qué gusto volver a verlos!
Parece tener muchos años, pero su voz guarda una sonoridad juvenil.
A ver… No alcanzo a ver bien cómo está vestida. Creo que cada cual la ve con ropas distintas. Consigo notar, sobre su cabeza, algo semejante a un sombrero con flores, pájaros, mariposas… ¡Tantas cosas!
Algunas no son tan lindas.
Carga una bolsa enorme que aunque está llena no le pesa.
Pese a sus años no demuestra cansancio. ¡Qué ser tan extraño y maravilloso! Su rostro sonríe, se pone triste, se asombra, se emociona, se envejece, se vuelve joven, por momentos tiene cara de niño, y así…
No solo hay chiquilines rodeándola, también hay muchos grandes.
Es decir, hay gente de todas las edades, de todos los colores, de todo oficio y ocupación. Ella deja la bolsa en el suelo y se sienta en uno de los bancos. Chicos y grandes la rodean y esperan mientras la ven revolver en la bolsa.
—Algunos ya me conocen y otros, sin darse cuenta, también, aunque no sepan quién soy. Tampoco yo sé muy bien de dónde vengo. Hace tanto tiempo que perdí la cuenta. Mejor dicho, mi documento no es como el de ustedes que tiene una fotito y la mancha del dedo gordo. Según cuadre, me llamo Fantasía o Imaginación. Hay momentos en que me vuelvo Verdad y Memoria, o soy un poco de todo eso junto.
»Pero, me llamen como me llamen, siempre que quieran voy a estar con ustedes para acompañarlos. En el día más luminoso y en la noche más oscura; en el calor del hogar o al aire libre; y hasta en esos días que parecen tan aburridos porque llueve y no podemos salir. Si me buscan me encuentran de una y mil formas. No me tengan miedo que, perdón por la inmodestia, no se van a arrepentir.
»Bueno… basta de presentaciones, no son tan necesarias y hay cosas más importantes. Mmm… A ver… A ver… Este –dice a la vez que saca un cuento de la bolsa llena de historias de mentirita y de verdad.
»Había una vez… –y con esas palabras empieza a tejer la magia de un cuento como ese, como este y como todos los cuentos.

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