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Concurso de cuentos de abuelas y abuelos para nietos, «Cuando yo era chico»

Generales

Autor: Diego Sebastián Moreira Fontes

Ilustrador: Juan Diego Pucurull

Historias de Vacaciones

I
Había llegado el mes de julio, y con ello dos cosas importantes: el frío del invierno y las vacaciones.
Como todos los años, Pedro y Lola aprontaron sus mochilas y bien tempranito el abuelo Néstor los pasó a buscar.
¿Está todo pronto? Preguntó-
¡Siiii! Contestaron y se subieron a la camioneta. Aquella camioneta seguramente tenía más de cien años, estaba un poco mal de pintura y descascarada, pero andaba impecable. Pedro apenas entró sacó los caramelos de miel y menta que siempre guarda la abuela Rosa en la guantera. A Lola nunca le gustaron así que no se peleaban por ello.
Y arrancaron, el destino era, como todos los años, el campamento en la costa del Río Santa Lucía. Allí tenían una antigua y enorme casa donde quedarse. Ese año también se sumaban a las vacaciones los primos Juan Manuel, Rodrigo, y unos amigos más, Luna, Federico y Carla.
Cuando la camioneta con los hermanos llegó, ya habían llegado todos. Al entrar a la casa los abrazó un aroma exquisito, era la comida de la abuela, sin dudas. Estaba preparando unos tallarines caseros con tuco. Lola siempre le preguntaba a su madre por qué a ella la comida nunca le quedaba igual que a la abuela, y la madre le contestaba que la abuela usaba ingredientes que solo se conseguían en el campo, entonces tenía ventaja. Aunque, la verdad era que la abuela sabía cocinar, y su mamá aún tenía mucho que aprender…
Luego de almorzar, los abuelos se acostaron a sestear, y los niños se quedaron mirando televisión y ansiosos por ir a pescar a la encandilada más tarde.
De tardecita, salieron caminando rumbo a la costa. Lo primero que hicieron fue escoger un buen lugar, juntaron ramas y hojas para hacer una fogata, armaron las carpas y ubicaron sus sobres de dormir, aprontaron las cañas, y quedó todo listo.

II
El abuelo puso una parrilla y se puso a hacer la cena. Como no había pique, los siete niños se juntaron alrededor del fuego.
– Abuelo abuelo – cuéntanos una historia de terror- dijo Pedro.
El abuelo los miró y movió un poco las brasas del fuego.
– ¡De terror nooo! Después me dan pesadillas, gritó Carla.
Bueno niños. Les voy a contar una historia verdadera, que me sucedió a mi cuando yo era niño. Néstor dejó el fuego quieto y todos prestaron atención.
– Corría el mes de marzo de 1959, hace mucho mucho tiempo, yo era niño, y mis viejos organizaron unas mini vacaciones a fin de mes. Aquellas eran vacaciones muy distintas a las de ahora, yo tenía un potrillo, el Pepe, y mi hermano tenía una yegua, la Zaina. Salimos a caballo y acampamos en las costas del Rio Negro cerca de la represa de Rincón del Bonete. En esa época no existían las carpas o por lo menos nosotros no teníamos, dormíamos a la intemperie, tapados con unas cobijas sobre unos cojinillos. Era muy cómodo y calentito.
Bueno, ya en la costa, se largó a llover, comenzamos a buscar algún refugio donde no nos mojáramos y enseguida, en el medio de un monte encontramos unas cuevas rocosas gigantes, mi padre entraba parado –medía 2 metros- así que imagínense lo grande que eran. Allí nos instalamos, y como vimos que no iba a parar de llover nos acomodamos para pasar la noche.
Ya de madrugada, sentí que algo se movía, yo era muy miedoso, pero abrí un ojo para ver por encima de la cobija. Y lo vi, allí lo vi, me miraba con unos ojos inmensos, gigantes, y me tapé… y desapareció.
– ¿Era un oso? Preguntó Carla.
– ¡Shhh!! Dijeron los otros niños.
No pude dormir esa noche. A la mañana seguía lloviendo. Le conté a mi hermano lo que había visto pero se reía cada vez que yo insistía en que era cierto, él era 4 años más grande que yo, y me dijo que no inventara cosas.
Llovió todo el día. Mi padre trajo unas provisiones de la pulpería para comer.
– ¿Qué es la pulpería? ¿Una carnicería? Preguntó Juan Manuel.
Una pulpería era como una tienda, donde se vendía una cantidad de cosas como comestibles, remedios, bebidas, telas, etc. De todos modos en aquella época ya no eran propiamente pulperías, yo les digo así porque era como le decían mis abuelos, pero se puede decir que allí ya existían los llamados boliches, almacenes, y hoy en día ustedes conocen los supermercados e hipermercados. Pero antes, existía la pulpería, hace tantos años…
Bueno, sigo; hicimos unos refuerzos y comimos. Seguía lloviendo. Con mi hermano nos pusimos a jugar a la taba.
– ¿A qué? Exclamaron los niños.
La taba, es un hueso de vaca, que se tira y dependiendo de cómo cae uno gana o pierde.
– ¡Qué aburridooo! Gritaron todos.
Bueno, no había computadoras, teléfonos digitales, inteligentes y que se yo. Estaba la taba, el balero, la bolita y las barajas. Punto.
– ¿Pero qué fue lo que viste al final abuelo? Insistió Pedro
Espere un poco mijo. A la noche, seguía lloviendo, nos acostamos a dormir, y yo solo podía pensar si aquello volvería ha aparecer… ¡Y apareció! Lo esperé despierto, y como a las dos de la mañana aproximadamente lo veo, cruzó cuidadosamente por encima de nosotros sin tocarnos, giro su cabeza e hizo unos movimientos raros en sus ojos. Era verde creo, porque no había mucha luz, no muy alto, cuando se dio vuelta grité:
– ¡Ahí está el OVNI!
Todos se asustaron y se despertaron, los caballos relincharon, y el OVNI sorprendido intentó escapar y se pegó en la cabeza con una roca lateral, cayendo al piso.
– No seas tan bruto- dijo mi padre, no se llama OVNI, pues eso quiere decir “Objeto Volado No Identificado”, ¿o acaso vos ves que el bicho este vuele? Se llama Marciano Trapero.
Yo no creía lo que estaba viendo, mi padre agarró de las orejas al Marciano y lo arrastró hasta afuera. Mi hermano estaba atónito, y mi madre no parecía sorprendida.
– Acá son muy comunes estos bichos, salen a cazar de noche, comen perdices, ratas, arañas, de todo; y duermen de día, usan estas cuevas para esconderse de sus presas – dijo mi padre sacudiéndose los pastos de la bombacha.
– ¿Bombacha? Preguntó Luna.
– Si, es el pantalón que usan la gente de campo para andar a caballo. Le contestó el propio Pedro.

III
Obviamente después de aquello no pude dormir. Mi hermano estaba hasta más asustado que yo. Quise preguntarle a mi padre para saber más cosas acerca de los marcianos, pero me rezongó para que me callara y no molestara. Seguía lloviendo.
A la mañana, me levanté más temprano que todos, apenas estaba amaneciendo, me asomé afuera y no vi nada.
– ¿Adivinen qué?
– ¡Seguía lloviendo! Dijeron todos a coro.
Si. Como no veía nada me estiré un poco más, di un paso en falso y resbalé en la loza cayéndome hacia atrás. Cuando abrí los ojos mamá me estaba poniendo agua en la cara para que reaccionara – me había desmayado-. Cuando recuperé el conocimiento sentí a mi hermano:
– ¡Fue el OVNI que lo quiso matar! ¡Fue el OVNI! Estaba muy nervioso.
– No fue el marciano, me caí solo, no digas pavadas. Le respondí-.
Del marciano no supe más nada. Nunca más lo vi, en mi familia nunca más se habló del tema. Fue algo muy misterioso.
Ese año, en esa época tuvo lugar la mayor inundación que yo recuerde, la del año 1959, nunca vi caer tanta agua.

IV
Ninguno de los niños creyó la historia. Pero esa noche les esperaba experimentar en carne propia el sentimiento de miedo y misterio.
Luego de cenar se fueron a dormir, tenían dos carpas, las de los niños y las de las niñas. De pronto una luz se coló por el mosquitero, y se sintieron unos pasos y un resoplo. Los niños se miraron y se quedaron inmóviles.
– ¿Abuelo sos vos? Preguntó con voz temblorosa Lola.
Nadie contestó, y los pasos que se escuchaban se apresuraron. Nadie se animaba a asomarse para ver que andaba ahí afuera. Inmediatamente, escucharon que alguien empezaba como a escarbar, como haciendo un pozo… De pronto ven que empieza a caer tierra sobre uno de los costados de la carpa.
– ¡El Marciano está cavando una tumba! Gritó Rodrigo.
Los niños salieron despavoridos de las carpas corriendo y gritando para cualquier lado.
– ¡Auxilio auxilio por favor! gritó Carla.
– ¡Soy muy joven para morir! decía Luna
En ese momento el abuelo que se venía acercando por el camino les dice:
– ¡Niños! ¡Niños! Tranquilos, es el Colita, el perro de la abuela que está enterrando un hueso, el marciano debe de haber corrido para aquel lado.
El abuelo no pudo evitar una pequeña sonrisa en su rostro.
Todos frenaron, miraron hacia atrás mientras el perro continuaba escarbando, y se largaron a reír, fue una gran noche, con una historia de vacaciones que no olvidarán.

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