Esta nota tiene como punto de partida una de las respuestas que me dio Pablo Medina en la entrevista recientemente publicada en la web del Círculo.
Si siguieron las entrevistas, en cada una hay dos o tres preguntas que se repiten. Una de ellas es qué hacen los entrevistados para distender las tensiones laborales.
La respuesta de Pablo me sorprendió sobremanera: “no pensar en el trabajo”
Y esta respuesta es la que me dispara la siguiente interrogante: ¿es posible?
Hace más de 10 años que trabajo relacionado al mundo de las ideas, ya sea en publicidad o en contenidos para radio y televisión, y debo reconocer que prácticamente no hay momento en el día, en la noche o incluso en los fines de semana, donde el trabajo no se me venga a la cabeza.
He intentado no pensar en nada mediante varias técnicas. Incluso me sorprendí muchas veces cuando en lugar de obtener el resultado esperado obtenía el contrario. Un ejemplo de ello es a través de la natación.
Para mi tener la mente en blanco es similar a tener una página en blanco en frente: algo tengo que escribir (aunque sea un artículo tan confuso como este); O como supongo será para un artista plástico a través de un lienzo esperando a ser profanado por la inspiración y el arduo trabajo.
¿Es posible para alguien que trabaja en el mundo de las ideas dejarlas de lado cuando nuestras experiencias, cotidianas, pasadas y proyectadas, son la materia prima de nuestra profesión?
La pregunta está planteada.
Realmente envidio la capacidad de aquellos colegas que logran abstraerse de los compromisos laborales; yo lo he intentado y no puedo.
De todas maneras convivo con ello, puedo bajar la intensidad (la ansiedad también), pero a veces, cuando menos lo espero, la misma intensidad sube de una manera descontrolada y puede llegar a sorprenderme a la una de la mañana con la cabeza ya pegada a la almohada.
Conozco el caso de colegas que a las 4,5 de la madrugada se despiertan y ya no pueden volver a dormirse pensando en posibles resoluciones creativas a distintos problemas de comunicación. Ese caso ya lo considero un desorden absoluto y les he recomendado el teléfono de mi terapeuta.
Me han recomendado en varias ocasiones la meditación, pero el simple hecho de enfrentarme a un momento donde tenga que poner la mente en blanco me aterra. ¿Y si el blanco me dispara hacia otros temas? Del blanco pienso en…veamos, ya que estamos en un año electoral, mi primer elemento de sinapsis es Lacalle… y en la calle pienso en el picadito que jugábamos de chicos cuando el barrio todavía era barrio y en Pocitos no todo era edificios… De ahí me acuerdo de esos pibes que ya no sé ni en qué andan, y de ahí ya me voy a ese momento tan característico de la vida de uno que es cuando muchos años después te encontrás con uno de esos pibes. Entonces pienso que a veces cuando te encontrás con alguien que no ves hace mucho, después de los saludos correspondientes (“en qué andás, cómo estás, ahhh, te casaste? Con quién?”), y de algún vago recuerdo compartido, te quedás con… ¡SIIIII… LA MENTE EN BLANCO!… Pero ahí no sirve de nada, todo lo contrario… Entonces te despedís, anotando los teléfonos y quedando para un café que la mayor cantidad de veces nunca vas a tomar porque el lunes se entrega la campaña y el fin de semana tenés rodaje.
Entre la lobotomía y el trabajo en publicidad en el medio sólo hay algo llamado materia gris. Y en un mundo de matices, donde no hay ni blanco ni negro, cada uno pude sacar sus propias conclusiones.
Martín Avdolov