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Concurso de cuentos de abuelas y abuelos para nietos, «Cuando yo era chico»

Generales

Autor: Marta Nila Estigarribia Romero.

Ilustrador: Silvio Maldonado

Una muñeca para Luciana

Luciana era una niña muy dulce que vivía en el Paraje La Florida con su madre, sus tíos y sus abuelos en una chacra con quinta, frutales y animales de granja.
Concurría a una Escuela Rural muy cerca de su casa y allí se encontraba con amigos y sus primas Doris y Lorenza, con quienes nunca se aburría de jugar.
Muchas veces sus primas volvían con ella y se quedaban por varios días.
En la casa todos trabajaban mucho, los tíos se encargaban de los animales, ovejas, chanchos, lecheras. Las mujeres lavaban y planchaban ropa para otras familias. Algunas veces su madre y sus tías partían a las estancias a trabajar por unos meses. Entonces Luciana quedaba a cargo de sus abuelos.
El abuelo era el que hacía la quinta y mantenía los frutales. Todas las niñas ayudaban en las tareas de la casa. A Luciana y las primas las ponían a deschalar maíz o sea sacarle la barba y las hojas que envuelven el choclo, porque luego había que ponerlo a secar al sol. Una vez secados se desgranaban para hacer mazamorra, un cocido de leche, maíz y azúcar, que hervía por horas en ollas de hierro y al fuego de leña que era delicioso y nutritivo. Otro poco se destinaba a ración para las gallinas Y otro tanto se llevaba a una batea junto al mortero de pie. Entonces el abuelo estaba muchas horas moliendo maíz para hacer harina de maíz, que luego la abuela cocinaba para hacer polenta.
Las niñas tenían sus horas de juego y su tiempo de ayudar en la tarea de la granja. Eran muy felices de colaborar y aprendían mucho. El abuelo sembraba papas, boniatos, zapallos, melones, frutillas, sandías, habas, chícharos y una extensa variedad de otras frutas y legumbres. Mientras él araba la tierra a pie con un arado de un disco tirado por un caballo, todas las niñas iban detrás, una tiraba la semilla, la otra la tapaba y la última iba con un jarrito echando agua. El olor de la tierra recién arada es algo que Luciana nunca olvidaría. Al arar se daba vuelta el terrón y las raicillas quedaban hacia arriba, había unas, los macachines, una minúscula batatita dulce que hacía las delicias de sus nietas. Las arrancaban y se las iban comiendo. Bandadas de pájaros revoloteaban para comer los bichitos entre los terrones de la tierra. Palomas y loros hacían un escándalo con ruidos de alas y el piar de sus cantos. Muchas veces el abuelo las invitaba a “pasear” a la huerta, allí descubrían que los zapallos estaban prontos, que a los melones les faltaba agua, que a las sandías había que cubrirlas con sus propias hojas para que el sol no las dañara. De tanto en tanto el abuelo arrancaba unas zanahorias, les cortaba las hojas con un cuchillito que tenía en la cintura, las lavaba en un tanque rebosante de agua, y se las ofrecía a sus nietas.
En épocas de frutilla, Luciana era la encargada de arrancar unas cuantas, lavarlas y llevarlas a la mesa para comerlas de postre.
Luciana iba con la abuela todos los días a llevarle ración a las gallinas y a recoger los huevos. Así aprendió a descubrir que una de las gallinas estaba clueca, cuando se ponía toda encrespada y andaba buscando nido.
-¡Cloc! ¡Cloc! ¡Cloc!
Entonces supo que si en el nido le ponían muchos huevos, la gallina clueca se echaría encima hasta que unos cuantos días después, de los huevos saldrían pollitos. Luciana vio cómo picotean la cáscara para salir. La abuela además era la que le había enseñado a tejer, a coser y hasta a doblar la ropa. Luciana jamás olvidará que la abuela le enseñó a rezarle al ángel de la guarda para dormir sin sobresaltos. La abuela cosía a mano y también sentada frente a una máquina de coser. Luciana veía como hacía sábanas, cortinas, bolsas para guardar la ropa y hasta unos delantales para ella y sus primas con unos voladitos al costado, que les obligaba a usar encima de la ropa para no ensuciarla.
Luciana no tenía juguetes, pero como era una niña, le gustaba jugar. Así que se los inventaba. Todo servía para jugar. Tenía tarritos donde guardaba piedritas, vidrios de colores, chapitas, corchos. Hasta con huesos jugaba. Usaba unos huesitos largos con una prominencia en un extremo a la que le pintaba una carita y se hacía una muñeca. Había un peral muy viejo en el patio, con troncos que formaban asientos, Luciana se subía al peral con sus juguetes improvisados y los ordenaba en una rama plana, que parecía un estante. Y se pasaba ratos jugando arriba del árbol. Adentro de un libro viejo guardaba todos los papelitos de colores que llegaban a sus manos, ¡hasta el de los caramelos! Las cajitas de fósforos eran sus preferidas porque podía fabricar múltiples juguetes. Además jugaba con pequeños insectos, mariposas que se encontraban muchas y de todos colores. Luciana iba hasta la cañada con sus primas a juntar caracoles, los soltaban en el patio de tierra y jugaban carreras, mientras les cantaban “caracol-col-col, saca los cuernos para el sol, que te vienen a buscar a la orilla de la mar”…y les tocaban los cuernitos con unos palitos. El bichito rápidamente los escondía y luego se acurrucaba también él en su casita hasta que las niñas le volvían a cantar para que saliera, “caracol-col-col”…
Tenían un vecino hojalatero, Don Manuel, que amaba los niños y se había inventado un molde de madera, que era una caja con huecos de diferentes tamaños y de forma esférica, para hacer bolillas. Los niños de toda la comarca lo único que tenían que hacer era llevarle la materia prima, un barro blanco que se formaba en las barrancas de la cañada. Don Manuel con toda paciencia formaba una pasta con aquel barro, primero hacía las bolitas con las manos, luego las ubicaba en los huecos redonditos de su molde y los tapaba. Al cabo de unas horas, los abría y sacaba unas hermosas bolillas blancas que había que secarlas al sol. Los niños las personalizaban, dándole los colores que más les agradaban.
Luciana recuerda nítidamente una vez que fueron sus primas a jugar. Llegó la hora de la siesta y era sagrada. Había que dormir para que los mayores descansaran. Pero los niños nunca descansan y ni bien la abuela las acostó a cada una en su cama y cerró la puerta, ya se tiraron todas al suelo y de panza una junto a otra se pusieron a mirar por la rendija que quedaba debajo de la puerta por donde entraba una luz. Miraban hacia el patio, hacía un calor insoportable, y lo único que veían pasar eran unas hormigas, primero unas pocas, luego fueron más hasta que hicieron una columna e iban una detrás de otra. Se pasaron toda la siesta contando hormigas. Cuando una se cansaba retomaba la otra y así hasta que llegaron hasta la hormiga número ciento no sé cuanto.
Luciana y sus primas jugaban con los bichitos toro, al que le ataban una piolita al cuerno y los hacían tirar de un carrito hecho con caja de fósforos y ruedas de corcho. Pasaban horas jugando con estos bichitos. Los juntaban en un potrero que habían fabricado con palitos. Pero los bichos eran muy porfiados y siempre intentaban salirse del potrero, así que decidieron también ponerle techo con cartones y arriba unas piedras para hacer peso. Aunque Luciana era muy feliz, ella notaba que le faltaba algo. Algunas niñas en la escuela le decían que ellas tenían una muñeca y que jugaban a las mamás. Casi al finalizar el año, Luciana vino muy triste de la escuela.
-Abuela yo quiero una muñeca.
-Mira, en unos días es Navidad y nos invitaron a ir a una kermesse en la escuela de Pueblo Sánchez. Armaron un árbol de Navidad muy grande y dicen que habrá regalos para todos los niños que concurran. Capaz te regalan una muñeca.
De tarde el abuelo fue a buscar el caballo, lo trajo y lo ató al sulky. Irían a Pueblo Sánchez y allí se encontraría con sus primas. A Luciana le gustaba andar en sulky. Era muy divertido. El carruaje saltaba con los pozos como si tuviera un resorte. Eso le provocaba mucha risa a Luciana. Cuando llegaron, era todo una fiesta Había guirnaldas, banderines y una orquesta de bandoneón y dos guitarras tocando música todo el tiempo. Los abuelos de Luciana bailaron y las niñas los miraban tentadas de risa. Había tortas fritas, tortas dulces, pasteles, limonadas y mate cocido. Pero Luciana buscaba el árbol. En el patio de la Escuela un gran ciprés estaba todo adornado con cintas de colores y regalos colgados de sus ramas. Luciana no le sacaba los ojos de encima, buscaba una muñeca. Jugó con sus primas, había hamacas y una calesita. La tarde pasó volando. Llegó la hora de repartir los regalos a los niños. Luciana se puso bien adelante.
-¡Yo quiero una muñeca!
-Bueno- dijo la maestra- voy a ver si te encuentro una.
-Aquí tienes Luciana. Una muñeca para ti- y le extendió algo entre sus manos.
Era una muñequita chiquita de cartón, que movía las manos y las piernas, unidas al cuerpito con unos broches metálicos. Tenía cabellera larga y negra y parecía pintada a mano. Traía unas planchas con vestidos recortados para sacar y poner.
A la entrada del sol volvieron a la casa, en el camino Luciana le dijo a la abuela.
-Abuela, esta muñequita no me gusta.
-Luciana, no seas mal agradecida.
-Yo quería una muñeca más grande para poderla alzar y jugar a las mamás-dijo Luciana casi haciendo pucheros. La abuela quedó conmovida.
-Bueno Luciana, entonces yo te voy a hacer una muñeca.
Esa noche la abuela se puso los lentes y tomó unas ropas viejas y unas tijeras. Luego buscó aguja e hilos y lanas. Luciana no le quitaba los ojos de encima.
-Abuela, ¿qué vas a hacer?
-Lo que me pediste, una muñeca. Y la vas a querer mucho y la vas a cuidar.
-Sí, abuela. Voy a ser como la mamá, ¿no?
-Eso mismo. Y le vas a dar de comer, la vas a hacer dormir y le vas a cantar y mimar.
-¿Y la puedo rezongar?
-Claro, si se porta mal, hay que reprenderla.
La abuela estuvo varias noches cociendo y cociendo. Hasta que la terminó y sólo le faltaba el relleno y la cara.
-Luciana, ve hasta al picadero donde el abuelo corta leña y tráeme biruta para el relleno.
Luciana volaba con sus piernitas de alambre. Ya veía su muñeca terminada. Esa noche escuchó que la abuela le dijo al abuelo.
– Viejo, tenés que pintar la cara de la muñeca. Tú dibujas mejor. Yo después la bordo con hilos de colores.
Luciana miraba cómo el abuelo con sus torpes dedos cuarteados por el sol y el trabajo de la tierra, iba dibujando con trazos delicados las facciones de una niña que sonreía sobre el lienzo blanco que formaba la cabeza.
Al otro día la abuela ya le había bordado la carita y le había puesto una hermosa cabellera de lana. Pero además se la entregó vestida con un primoroso vestido rojo, bombachas y medias blancas y unos zapatitos negros de hule, todo hecho con sus propias manos.
-Aquí tienes tu muñeca. Cuídala mucho.
-Gracias abuela. ¡Te quiero mucho! ¡Ya a ti también, abuelo!- y se les colgó del cuello a los dos.

Esa noche Luciana durmió abrazada con su muñeca. Y desde ese día ya tenía con quien jugar a “las mamás”. Luciana estaba feliz. Tanto la vestía como la desvestía. Tanto la sentaba como la acostaba en su cama. Había aprendido una canción de cuna para hacerla dormir. Cuando venían las primas, jugaban un ratito cada una con Solcito, que así la había bautizado.
-Vamos a bañarla- decía Doris. Y la metía en la palangana de lavarse las manos, pero sin agua.
-Yo le pongo talco- decía Lorenza y hacía volar harina para todos lados.
– Yo la visto- decía Luciana y le ponía una por una, las medias, la bombacha y el vestidito.
-Ahora nos vamos a pasear todas juntas- decía Doris- Yo soy la mamá. Tú Luciana eres la abuela y tú Lorenza eres la tía.
La envolvían en un viejo chal de la abuela y la sacaban por el patio todas tomadas del brazo con la muñeca a upa.
Pasaban horas jugando con Solcito.
Un día a la hora del recreo en la Escuela, Luciana comentó a sus amigas:
-Yo tengo una muñeca. Se llama Solcito.
En la Escuela había una niña muy mala, con la que nadie quería jugar. Se llamaba Colette. Sus padres eran franceses y Colette era muy arrogante.
-¿Dónde la compraste?
– No la compré. Me la hizo mi abuela.
-¿Cómo que no la compraste? La mía la compraron en Francia. ¿Y con qué te hizo la muñeca tu abuela?
Luciana dijo tímidamente:
– Mi abuela la hizo con… ropas viejas.
– Entonces ¿es una muñeca de trapo?
-Sí, es una muñeca de trapo. Se llama Solcito y es preciosa.
Colette salió riendo y gritando por todo el patio:
-¡Luciana tiene una muñeca de trapo! ¡De trapo! ¡Jajaja!
Ese día cuando Luciana volvió de la Escuela venía muy triste.
– Abuela, ¿por qué yo no tengo una muñeca comprada?
– Porque no hay dinero para juguetes.
– Pero yo quiero una.
-Pídele a tu padrino.
A los pocos días vino su padrino de visita. Era uno de los tíos. Se llamaba Diego y era muy bueno.
-Padrino- le dijo Luciana- Yo quiero tener una muñeca de verdad.
– Muy bien Luciana. Si pasas de año en la escuela te voy a regalar una.
Luciana quedó contenta. Ahora sabía que iba a tener su muñeca de verdad. Aunque ella amaba a Solcito y seguía jugando amorosamente y hasta dormía con ella, no podía olvidar a Colette gritando por todo el patio de la escuela:
-¡Muñeca de trapo! Jajaja ¡Muñeca de trapo!
Hasta que un día vio llegar a su padrino Diego en su forchela haciendo explosiones y levantando polvo por el camino.
-¡Padrino! ¡Padrino!
– Hola Luciana. Me contó un pajarito que pasaste con sobresaliente a segundo año.
– ¡Sí, padrino! ¿Y la muñeca?
– ¡Jajaja! Ve hasta la forchela y mira en el asiento. Hoy vine acompañado.
Luciana salió corriendo, casi volando con sus patitas de alambre.
De pronto se la vio venir haciendo fuerza con una muñeca casi tan grande como ella, con vestido de volados, sombrerito de paja y zapatos de verdad.
– ¡Gracias, Padrino! ¡Pero qué pesada es!
– Vas a tener que comer más para tener más fuerza.
Cuando el Padrino se retiró, la abuela, que nunca había visto una muñeca, la levantó, la acostó en sus brazos y la muñeca le cerró los ojos con sus pestañas verdaderas. Creo que se emocionó. Fue en ese momento que se le ocurrió:
-Sabes Luciana, esta muñeca es de un material que se llama yeso y si se cae se rompe. Y sería una pena ¿no? Es hermosa. Yo te la voy a guardar y te la voy a dar todas las veces que quieras jugar. Pero deberás estar sentada, ¿entendiste?
– Sí, abuela. Como tú digas.
Desde ese día la muñeca fue a parar a la rinconera del comedor. En el último estante, allá arriba, inalcanzable para Luciana
Pero la abuela cumplió con lo prometido.
-Abuela, quiero jugar con la muñeca.
– Bueno, entonces siéntate.
Luciana se sentaba en una silla y la abuela le ponía la muñeca en la falda. Luciana la tenía un rato, la acariciaba, le hablaba, le cantaba y la acostaba para que le cerrara los ojos. Tenía unos ojazos celestes hermosos. De la boquita entreabierta le asomaban unos dientitos de cartón. Y el cabello era rubio, con unos rizos que le llegaban a la mitad de la espalda. Cuando Luciana colmaba sus ganas de jugar con la muñeca, llamaba a su abuela:
-Abuela, ya puedes guardarla otra vez.
Entonces la abuela se subía a una silla y colocaba la muñeca en el mismo lugar.
Cuando iban las primas de visita, todas tenían que hacer lo mismo.
-Sentadas- decía la abuela- Sino, no hay muñeca.

Luciana no veía la hora que empezaran las clases para contarle la novedad a sus amigas. Se moría de ganas de ver que cara pondría Colette.
– Mi padrino me regaló una muñeca comprada.
– ¿Y de qué es? ¿De trapo o de cartón?- saltó Colete.
– No, es de yeso. Y tiene vestido con volados, y sombrerito de paja y zapatos de charol y si la acuesto cierra los ojos y tiene dientitos y es muy grande y …
Colete no la dejó terminar.
-Seguro que no la compró. Había una igual en los premios del parque que vino a Sánchez. Yo la vi. Me llevaron mis padres a pasear.
Pueblo Sánchez era el poblado más grande de los alrededores y era común que se realizaran carreras de caballos, bailes, y a dónde llegaban los circos y los parques, con tiros al blanco y juegos para grandes y chicos.
Esa noche Luciana, abrazada a Solcito le contó sus penas.
-Sabes Solcito que Colette es una niña mala. Por suerte yo te tengo a ti, que eres mi amiga y ahora vamos a rezarle al ángel de la guarda para que nos proteja…ángel de la guarda…dulce compañía… no me desampares… ni de noche ni de día.
A los pocos días, apareció el Padrino Diego. Esta vez vino a caballo. Luciana salió corriendo a alcanzarlo y venía dando saltos a su lado, mientras el caballo hacía unos escarceos, subía y bajaba la cabeza como saludando también. El Padrino desensilló, tiró unos baldazos de agua al lomo del caballo, lo ató al palenque y saludó a su ahijada.
– ¿Cómo anda esa señorita?
– Muy bien Padrino. Te quería preguntar algo.
– Bueno. Pero mira que si no me gusta, no te doy los caramelos que te traje de regalo.
– Yo quería saber si la muñeca que me regalaste la compraste.
– Bueno, mira. Comprarla no la compré. Me la gané en un tiro al blanco en el parque de diversiones que vino a Sánchez.
-Tenía razón Colette.
-¿Qué dices, niña?
-Una compañera de la Escuela me dijo eso. Que mi muñeca no era comprada.
El Padrino viendo que la disyuntiva parecía muy importante para Luciana, se sentó en una silla de paja en el patio, la alzó y sentó a la niña en sus rodillas y le dijo:
-Mira, no sé quien es esa niña Colette. Pero cuando la veas debes decirle que tu padrino pagó tres veces el valor de la muñeca de tantos boletos que compró para ganársela. Tu padrino no es bueno para el tiro al blanco. Así que me costó toda una tarde tirando al blanco hasta que le emboqué y la gané. Y ni bien la vi me dije, yo tengo que ganar esa muñeca para Luciana, mi ahijada, aunque me cueste toda la plata que tengo en la billetera.
-¡Gracias, Padrino! ¡Ahora quiero los caramelos!
-Muy bien. Los vas a llevar a la Escuela para convidar a todas tus amigas, menos a esa niña Colette. Y si te pregunta por qué a ella no la convidas, tu Padrino te va a enseñar lo que tienes que decirle.
Al otro día Luciana esperaba el recreo con ansiedad. Quería que llegara la hora cuánto antes. La maestra tocó la campanilla y Luciana saltó en el banco.
– Miren, traje caramelos para todas.
Les iba poniendo uno a uno caramelos en las manos extendidas de sus amigas. Cuando llegó el turno de Colette, la salteó.
Colette indignada, le preguntó:
-¿Y a mí?
– ¡No te van a gustar! No son comprados. Se los ganó mi padrino en el parque de diversiones.

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