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Mi hijo el publicista: No todo lo que brilla es oro

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Fue a partir de la Revolución Industrial que la sociedad tomó conciencia de las pésimas condiciones laborales de los trabajadores. Con el pasar de los años tanto la legislación laboral como la presión de los gremios comenzaron a proteger a la mano de obra, especialmente en la industria.
Si nos acercamos a nuestro trabajo de todos los días podemos observar que la publicidad no se trata de un trabajo industrial, sino que lo podríamos definir como un trabajo de artesanía de ideas en medio de un mundo industrializado. Es decir, para vender determinado producto industrializado, debemos partir de un método “artesanal”, como es nada más ni nada menos que la creatividad.
La profesión publicitaria es, en comparación con los tiempos históricos, relativamente joven. Tuvo sus primeros impulsos luego de la primera revolución industrial y se consolidó como profesión a principios del siglo XX, cuando en lugar de ser simplemente información comercial pasó a ser conocida como un instrumento de venta. Más adelante se la asoció con una de los objetivos que tuvo desde un comienzo, incluso en la antigüedad, la creación de marcas.
Estos datos simplemente son para contextualizar el problema que se detallará a continuación, un problema de una profesión joven que a mi entender aún no ha logrado, al menos en Uruguay, darle al trabajador el lugar que se merece.
Hoy el trabajador publicitario, a más de un siglo de las legislaciones laborales, sigue siendo uno de los más desprotegidos.
Pensemos solamente en el tema de las horas extras. ¿Alguien percibe un incremento salarial por quedarse más horas de las que fue contratado? Generalmente está mal visto irse a las 19.00 a pesar de que el contrato indica cuál es el horario.
Hay agencias en las que si no te vas a las 20.30, 21.00 tu trabajo corre riesgo por no “ponerse la camiseta”
Pero, ¿de qué camiseta hablamos? Más allá de toda la poesía que rodea al trabajo en publicidad está la relación laboral. Y cualquier trabajador que se quede trabajando horas después de su horario debería cobrar una compensación al respecto.
Esto no sería un problema si las agencias trabajaran en base a resultados y no a horarios, pero a veces lo estricto del horario de entrada se contrapone con la flexibilidad de la salida.
Pensemos también en las pasantías interminables o en la nueva modalidad de trabajo a riesgo donde se les solicita a creativos ajenos a la agencia (muchas veces estudiantes) que tiren ideas para un cliente y si no quedan el trabajador no cobra un centavo.
Es cierto, es la agencia quien corre el riesgo al presentarse a licitaciones, pero qué pasa con los trabajadores desprotegidos de toda legislación que funcionan como una microempresa sin una legislación que los ampare. Hoy, hasta los futbolistas están agremiados. ¿Por qué entonces todos los intentos de crear un gremio en el sector han fracasado?
En la publicidad uruguaya no todo lo que brilla es oro. Son cuestionables los magros salarios y el no pago de horas extras. O cuando se gana una licitación de una cuenta de cientos de miles de dólares, además de comprar sándwiches de miga para celebrar, son raras las ocasiones en las que se les da un bono jugoso a los equipos que trabajaron día y noche. ¿Cuántos de los que leen esta nota vieron uno?
No es mi propósito generar un conflicto sino una reflexión de todos los participantes del sector.
Antes era “mi hijo el doctor”, después fue “mi hijo el bancario”, hoy con los sueldos que vemos día a día en las convocatorias públicas muchos creen que lo mejor que les pude pasar es entrar a trabajar como empleado estatal o municipal.
Como están las cosas, no creo que lleguemos nunca a “mi hijo el publicista”

Martín Avdolov

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