Lo recuerdan, Elbio Acuña, Dominique Sarries y Alfredo Giuria.
Recuerdo de Elbio Acuña:
En este mundo en el que nos ha tocado vivir, hay personas y hay personas excepcionales.
A veces algunos de nosotros tenemos la fortuna de cruzarnos con una de ellas en el recorrido de nuestras vidas.
Yo tuve la suerte de compartir muchos momentos, horas y días con Juan Andrés Morandi. Alguien verdaderamente excepcional.
Su don de gentes, su simpatía, su gracia, su manera de vestirse, de moverse, de hablar o de pronunciar la «rr», eran un imán que atraía a todo el mundo. Sin importar edad, nivel social, económico o profesional, conquistaba a cualquiera que se le pusiera enfrente desde el primer segundo en que se acercaban a él.
El Flaco, como lo llamábamos cariñosamente, es reconocido también como uno de los creativos más completos y más inteligentes de nuestro país. Lo mismo pasó en muchos otros territorios en los que trabajó a través de la red Ogilvy, donde dejó una huella imborrable de capacidad y profesionalismo. Sin embargo, por todos los años en que acompañé su trayectoria, me gustaría agregar que además de ser un gran creativo, un excelente redactor y un inigualable guionista, fue uno de los mejores estrategas publicitarios que yo he conocido.
Hoy el Circulo me ha pedido que escriba unas nostálgicas líneas sobre tu persona y siento que no son suficientes para describirte en toda tu grandeza, como ser humano, como amigo, como compañero de trabajo, como padre, como esposo… o como creativo!!!
Promoviste productos, vendiste servicios, revolucionaste mercados, pero fundamentalmente dejaste una recordación de «marca» grabada en nuestros corazones: la Marca que no tiene competencia en nuestra nostalgia, la tuya, la de Juan Andrés Morandi!!!
Tu amigo Elbio.
Recuerdo de Dominique Sarries:
Juan tenía el don de llegarle al corazón a la gente. Podía hacer que la persona más tímida hablara, que el más frío fuera sensible y que los más nuevos de la agencia se sintieran como en casa. Cada conversación con él era una enseñanza, o una sesión de terapia. Y así fuera el tema más superfluo terminaba siendo una reflexión importante para la vida.
Lo extraño tanto, y es tanto lo que puedo decir de él, que no alcanzan las palabras ni los días para expresar todo. No hay un solo día de mi vida, ni uno solo, que no lo recuerde por algo.
Recuerdo aquellas tardes grises en que de pronto Juan venía de los ascensores. Tenía una risa de oreja a oreja y los pelos le flotaban al ritmo de sus pasos largos. En las manos traía golosinas. Claro, venía del kiosco. En silencio, se acercaba al escritorio de uno y dejaba caer de las manos una sorpresita. Se trataba de esa golosina. Exactamente esa que le gustaba a esa persona. Después iba a un escritorio, a otro y a otro. En todos dejaba ese caramelo, bombón, alfajor… que le cambiaba la cara a las personas. Cuando llegaba a mi lugar, yo le miraba las manos cerradas y sonreía entusiasmada, levantaba la mirada y ahí estaba Juan… con una boca enorme de alegría por ver mi felicidad. Quien me conoce sabe lo dulcera que soy, pero él sabía exactamente qué golosina quería en ese momento. Con suspenso abría las manos y me miraba… yo abría los ojos enormes y él largaba la carcajada. Los dos nos reíamos. Él porque se daba cuenta que había adivinado, y yo porque me conocía. Nos metíamos cientos de caramelos y chocolates en la boca como niños y nos reíamos de nada. Del hecho más simple y hermoso de la amistad. Conocerse y hacerse bien.
Trabajé más de 10 años con Juan, y doy gracias por haber tenido esa oportunidad maravillosa. Talentoso, loco, inteligente, divertido, agudo, sensible, cariñoso, generoso y leal. Ojalá quede impreso en la historia lo que fue para muchos, para la publicidad, para la creatividad, y para el significado de amistad.
A veces pienso en la cantidad de gente que conoció en la vida, en el mundo. Y que en cada uno de ellos dejó un pedacito de él. Eso es lo que hacía tan genial a Juan, la capacidad de regalar parte de él sin mirar a quién. No me canso de decir tu nombre amigo del alma, fuimos inseparables y así seguiremos. Estés donde estés. GRANDE JUAN!
Recuerdo de Alfredo Giuria:
1981, Capurro Publicidad (RIP). Nos juntamos Fernando Vallejo (el tipo que por esos tiempos cambió el código de la publicidad local haciéndola hablar como habla la calle y que luego se fue a España y luego se fue al Cine y anda por Los Angeles), el Flaco Morandi, a quien yo casi no conocía pero que me abrazó como si yo fuera su primo del alma, Hugo Burel, en aquel entonces más publicitario que novelista, Armand Souberbielle antes de irse al exilio en Paraguay (siempre me preguntaré, ¡ por qué mierda Paraguay!), y yo (que venía de sentirme incómodo en varias agencias y más incómodo en Capurro). Tema: Crear el primer Club de Creación del Uruguay. Excusa: Fernando tenía los Estatutos del Clube de Criação de São Paulo y buscaríamos allí nuestro briefing para avanzar.
El Flaco, cuando no, se anticipó a todos y propuso una idea: ¨ prohibir el jingle. La única condición para ser miembro del Club será comprometerse en la lucha contra el jingle¨. Y agregó con su tono semiótico marxista criollo: ¨no se puede atacar a todo a la vez, hay que definir primero al principal enemigo¨.
Genial! Un ejemplo de que creatividad y planificación estratégica se potencian.
El Club de Creación no se fundó y probablemente no se habría podido fundar por los antecedentes políticos de algunos de los creativos que se adhirieron al proyecto (eran tiempos de dictadura), pero lo peor para el Flaco fue que el jingle nos sobrevivió.
Fido Giuria